Patricia. Su padre. Sidney.
Mi amiga Patricia tiene un padre que fue piloto de una aerolínea australiana.
Patricia nació en España.
Patricia se crió en Australia.
Atiende:
Patricia vivió toda su infancia rodeada de caballos.
Rodeada de naturaleza.
Sin el tiempo de su padre.
El padre de Patricia tenía un sueño, que no era el de ser piloto.
Era piloto porque su familia se lo había podido permitir.
Era piloto porque en su entorno consideraban que era lo que tenía que hacer.
Como las estirpes de médicos o de tenderos o de joyeros,
cuyos hijos, en realidad, no quieren ser ni médicos ni tenderos ni joyeros.
El sueño del padre de Patricia, pese a que se lo había podido permitir.
Pese a que en su entorno consideraran que era lo que tenía que hacer,
Ni era ni es ni será el de ser piloto.
Escucha:
No te vayas a pensar que el hombre era ni más listo, ni más tonto, ni más suertudo que tú y que yo.
Lo que pasa es que tenía un sueño:
Volver a la sierra Calderona.
Ni Australia, ni Sidney ni pepinillos en vinagre.
Un pueblito a media hora de Valencia, en la sierra Calderona.
Y construir en ella su propia casa con sus propias manos.
Así que el padre de Patricia, que no era ni más listo, ni más tonto, ni más suertudo que tú y que yo…
pero sí más valiente…
Dejó Sidney.
Dejó Australia.
Dejó los caballos.
Dejó la naturaleza lejana.
Dejó el extra UV sol australiano.
Cogió a su familia
y se volvió a España.
Lo dejó todo, estando bien posicionado, siendo piloto de una aerolínea australiana cuyos sueldos eran bastante elevados, y se vino a La Calderona a construir (literal) su sueño.
A construir la casa de sus sueños con sus propias manos.
Se hizo promotor inmobiliario, compró un terreno y construyó su casa.
Y de ahí se dio cuenta que también podía sacar tajada y empezó a construir las casas de otras personas.
¿Por qué te cuento esto?
Porque el padre de Patricia fue valiente, al margen de que es un señor que a mí no me cae bien.
Pero mira, las cosas como son: tuvo los cojones de deshacerse de una vida acomodada, cruzarse el mundo y venirse a la Sierra Calderona con sus pinos y con sus niños a construir la casa de sus sueños.
Ahí es ná.
Al César lo que es del César.
Y eso es coraje.
Ese coraje,
esa valentía,
esos huevos,
esa raza,
ese empuje,
llámalo como quieras:
Es lo que tienes que tener tú para transmitir tu mensaje.
Porque si tú no crees cien por cien desde la tripa en ti y en lo que estás diciendo, nadie te va a creer, ni a ti ni a lo que dices.
Y si no te creen, no hay tu tía.
Eso se aprende en mis formaciones para hablar en público.
A construir esa confianza en ti mismo, a construir un mensaje en el que confiar, y a proyectarlos.
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Feliz día.
Silvia
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Los 5 errores hablando en público (o como evitar la catarsis del tomatazo)